- La vinculación entre la ciudad de Málaga y los Montes a los que da nombre es profunda y compleja. El hombre y la naturaleza, la sociedad urbana y la sociedad agraria, la montaña y la llanura litoral se han entrelazado a lo largo del último milenio con resultados muy dispares. El origen de esta relación comienza cuando los mozárabes de la ciudad buscan refugio en la montaña más cercana, los Montes, y allí pueden mantener sus cultos y, para ellos, la vid. Tiene su siguiente hito cuando este cultivo, ahora convertido en pasa y acompañado de otros árboles que proporcionan frutos secos, higueras y almendros, se convierte, junto con la seda, en la base de las valiosas exportaciones que los genoveses reúnen en el principal puerto del Reino Nazarita de Granada, Málaga, para vender en las ciudades del Norte de Europa. La conquista por la Corona de Castilla de esta ciudad incorpora el que quizás sea producto más identificado con Málaga y sus Montes, el vino que lleva su nombre por las mesas más selectas de la Europa Moderna. Sus tierras oscuras, tan pobres desde el punto de vista edafológico, absorben el sol mediterráneo para sacar lo mejor de sus entrañas y dárselo a las cepas y ellas a los frágiles racimos, de piel fina y dorada.
Y aquí viene esa sucesión de resultados dispares. Para satisfacer su demanda, sus vertientes fueron desforestadas, sustituyendo encinas y alcornoques por vides, almendros e higueras que sujetaban en menor medida los suelos, por lo que los ríos, y en particular la cuenca del Guadalmedina, arrastraban toneladas de tierra cada vez que el irregular clima mediterráneo se manifestaba en sus torrenciales aguaceros. Por ello, los Montes y sus cultivos hicieron, textualmente, la ciudad, que vio como, entre el siglo XV y el siglo XVIII, la línea de costa pasaba de lo que hoy es la acera norte de la Alameda al frente portuario de Muelle de Heredia. Y, precisamente, sobre este terreno ganado al mar por el río gracias a la expansión de la arboricultura, se localizaron las construcciones que materializaban la prosperidad de la ciudad del XVIII: la Alameda, como paseo burgués rodeado de los edificios habitados por la clase que está rigiendo esta actividad; las ortogonales calles dispuestas entre ésta y el mar, donde los almacenes recogen los productos traídos desde los caminos de Granada y Antequera para hacer en ellos la vendeja, contiguos al puerto desde donde llegarán a los fríos países que saborean nuestro sol convertido en vinos y frutos.
A la inversa, los Montes se llenaron de construcciones dispersas con una doble finalidad. Una, las necesidades de vivienda y transformación de la intensa actividad agrícola que la arboricultura necesita. Otra, que unía a ésta la de residencias lúdicas de las clases burguesas: comerciantes, profesiones liberales. Un patrimonio arquitectónico de gran valor tanto artístico como etnográfico. Los sistemas de aprovisionamiento de agua, de prensado de la uva, de pequeños regadíos para abastecer las necesidades familiares son un buen exponente de las manifestaciones de la economía orgánica en el hábitat. Y, expresión de la cultura de sus habitantes, los verdiales, cuyo ciclo festivo y contenido literario constituyen un completo documento de la vida de estos campesinos que constituían la base de la prosperidad de la ciudad.
Los caminos de herradura trazaban una densa maraña que comunicaba este abundante hábitat disperso entre sí y que era utilizado por la intensa arriería que transportaba estos productos agrícolas a la ciudad. Como un exponente más de esta estrecha vinculación de la ciudad con sus Montes y de la importancia de éstos para su economía, a esta red se unió en 1833 la denominada Carretera de los Montes que, hasta la apertura de la carretera de las Pedrizas en 1973, fue la principal vía de comunicación de la ciudad con el interior peninsular y de ahí el cortejo de “ventas” que, hoy ya con función recreativa, la jalonan hasta Colmenar.
- Se encuentra en la Plaza de la Constitución hoy, como hace 300 años, corazón de la ciudad, el edificio más significativo de este orden de cosas: el Montepío de Cosecheros, austeramente decorado con un medallón que recoge, cómo no, la vendimia en términos mitológicos. Es esta entidad la que auspicia la creación de la Escuela de Navegantes de San Telmo, el magnífico inmueble que se extiende a su alrededor y sus paredes las que acogerían las actividades de la Sociedad Económica de Amigos del País. Los valores de la Ilustración y la actividad económica, la ciencia y la ética como guía de la prosperidad.
Unos conceptos que siempre deben ir unidos, pero que, lamentablemente, dejaron de regir los destinos de Málaga y sus Montes. Y ello porque esta clase urbana construyó su riqueza sobre la base del progresivo empobrecimiento de los campesinos, sean minifundistas sean aparceros o arrendatarios. La separación entre bodegueros y campesinos, ligada a la práctica de la economía de trata, muchas veces acompañada de préstamos usurarios, llevaba aparejada una estructura social poco cohesionada cuya debilidad quedó de manifiesto cuando la filoxera arrasó las vides en el último tercio del s. XIX. Poco pudieron hacer los consejos científicos de la Sociedad Económica para superar esta plaga ante la falta de liquidez económica de las miles de familias que tan densamente poblaban estos montes.
La ciudad volvió entonces la espalda a sus Montes y a sus habitantes. Pero, una vez más, es la ciudad la que determina el uso de los Montes. Si hasta 1907 las riadas del Guadalmedina habían ido generado con sus sedimentos el avance físico de la tierra sobre el mar que hemos mencionado, las inundaciones de 1907, que afectaron especialmente a los barrios con mayor hacinamiento de las poblaciones obreras, que se habían situado, precisamente, sobre estas nuevas superficies (Perchel) supusieron un punto de inflexión. Quizás porque la ciudad sólo valoró el riesgo ligado a la cuenca del Guadalmedina cuando ésta dejó de proporcionarle pingües beneficios. Se instaura así una nueva funcionalidad: protección frente a la erosión y las riadas y se traduce en un nuevo elemento del paisaje: el bosque de P. Halepensis que cubre la margen oriental, más amplia, de la cuenca del Guadalmedina. Las obras de Giménez Lombardo (Trabajos hidrológicos del Guadalmedina: 1911-1912; Pantano del Agujero: 1911-1922) y la posterior expropiación forzosa de las propiedades ubicadas sobre ella para llevar a cabo la citada repoblación, son los hitos de esta nueva funcionalidad. Hay que destacar que estas tareas fueron acompañadas de la destrucción obligatoria de los lagares que subsistían, con la consiguiente pérdida patrimonial.
Con estas repoblaciones se completa el mosaico del actual paisaje de los Montes de Málaga, que hoy en día constituye un mural de su intensa historia; en la cuenca del Guadalmedina, el bosque de pinos carrascos, anidando ya entre ellos magníficos y jóvenes ejemplares de las encinas que originalmente ocupaban sus laderas y, en torno a ella, tanto a Levante como a Poniente, manchas desordenadas de los antiguos árboles cultivados almendros e higueras, a los que se incorporaron entre 1890 y 1960 olivos y algarrobos como sustitutos de la vid. Entre éstas, bosquetes de encinas y matorral, donde se entremezclan los árboles frutales ya dejados a su suerte. El éxodo rural intensificado en los años Sesenta y Setenta, supuso el abandono hasta la ruina del hábitat disperso, tanto el campesino como el residencial. Lejos estamos del amor y respeto que a este tipo de construcciones patrimoniales se les tiene en otras zonas, donde han subsistido sin ruptura de su utilización como vivienda.
- Es en este momento de abandono de la función agrícola de los Montes de Málaga en el que se constituye el Parque Natural Montes de Málaga. Su declaración, en 1989, tiene lugar en el contexto de la promulgación de la ley 4/1989 de Conservación de los Espacios Naturales y de la Flora y Fauna Silvestres y en el primer desarrollo que de esta ley hace la Ley 2/89 de 18 de julio de la Comunidad Autónoma. Su aplicación centrada en objetivos conservacionistas, se refleja en el hecho de que el perímetro de su declaración reproduce los límites de la citada superficie repoblada con coníferas en el primer tercio del siglo XX y bajo titularidad pública en el 97 por 100 de su extensión. Sin embargo, debe mencionarse que a este objetivo conservacionista escapó, paradójicamente, la única superficie de Los Montes que conservaba su vegetación autóctona, el alcornocal de Venta Garvey, ya que las coníferas que se protegían si bien venían ejerciendo perfectamente su función de regeneración edáfica y control de erosión, no respondían a criterios de biodiversidad al no corresponderse con la vegetación climácica de los Montes.
El P.N. Montes de Málaga nace con una extensión muy limitada, y es el segundo más reducido (4.900 has. ahora ampliadas a 4.995) después del P.N. de Acantilado y Pinar de Barbate con 2.017 has. de Andalucía. Sólo tres municipios forman parte de su Área de Influencia Socioeconómica, Málaga, Casabermeja y Colmenar, concentrándose en su mayor parte (95%) en el primero, disponiendo Casabermeja únicamente de 199 has. y Colmenar de 49,95 has. Para estos municipios, esta cifra supone, respectivamente, el 2,9 y el 0,7% de su superficie.
También paradójicamente en relación a este objetivo conservacionista pero adelantándose ya a la función recreativa, el desarrollo de la gestión de este parque natural se caracterizó prácticamente desde su comienzo por la potenciación de su función recreativa y por tomar como identificador iconográfico la función a la que, precisamente, había eliminado: la viticultura. Así, la popularidad del área recreativa de Contadoras y la recreación de las actividades centradas en la obtención del mosto que supone el Lagar de Torrijos, ecomuseo y centro de atención al visitante, equipamiento de uso público. Esta opción ha sido y es en todo acertada en la medida en que advirtió la que había pasado a ser, de facto, nueva función de los Montes de Málaga: principal, por su extensión y por su proximidad, zona verde de una ciudad que ya contaba con 550.000 habitantes.
Pero en el último decenio, en el entorno del Parque Natural, las familias de los antiguos moradores a los que se incorporan otros nuevos residentes procedentes de la ciudad, están llevando a cabo una recuperación del hábitat residencial, y parcialmente, del uso agrícola. Así, algunas parcelas de vid labradas bajo almendros y olivos nos permiten contemplar como serían aquellos campos que viajeros como Townsend o Ford contemplaron en su apogeo. Lamentablemente, el hábitat tradicional, tan valioso, apenas si ha sido objeto de rehabilitación, y son sus ruinas o sus restos los que permiten estudiar cuáles serían sus características. En esta misma dirección apunta la proliferación de asociaciones vinculadas a la fiesta de verdiales y la vitalidad de sus manifestaciones.
- El último tercio del siglo XVIII, en el marco de las ideas ilustradas, vio nacer una pujante social civil que se organizó, entre otras formas, en “sociedades económicas del amigos del país”. Aspiraban a contribuir en la mejora de las condiciones materiales de la sociedad española mediante el fomento de la economía y, en consecuencia, de la agricultura y la industria. En el Discurso sobre el fomento de la industria popular, decía Campomanes en noviembre de 1774 que era necesario “asociar la labranza a la crianza; dictar la ley agraria; ligar a la industria los beneficios del cultivo de la tierra; enseñar oficios, honrar a artesanos, dar libertad al comercio con una circulación bien ordenada y reorganizar la hacienda”.
Han pasado más de dos siglos desde aquellas iniciativas ciudadanas y el mundo es otro. Hoy, sin pretensión de síntesis alguna, se asiste a una enorme desigualdad entre ricos y pobres, ya sean individuos o países, y a un desaforado derroche de recursos naturales que afecta a la pervivencia del planeta.
Hoy como entonces es necesaria la conciencia, la voluntad y el esfuerzo de hombres y mujeres en pos de una causa justa y sin duda la defensa del patrimonio natural y, en general, de un modelo económico que no margine al tercer mundo y sea respetuoso con el medio ambiente, lo es.
- Con estos antecedentes y en este contexto la Asociación de Amigos del Parque Natural entiende necesario el establecimiento de nuevos lazos entre la ciudad de Málaga y los vecinos de Colmenar y Casabermeja con sus Montes. Creemos posible un reencuentro que fortalezca a ambos; para los habitantes de los municipios porque sus Montes de Málaga han sido la base de un conjunto de elementos de identidad tanto endógena (verdiales) como exógena, a través de la proyección internacional del término (ahora denominación) “vino de Málaga”, para los Montes porque la proximidad de una sociedad que valora sus productos y sus paisajes es una nueva oportunidad económica.
Reinterpretando el espíritu de la Ilustración a fecha actual, el fomento de las buenas prácticas agrícolas que concilian protección edáfica con producción; la búsqueda de formas alternativas de comercialización, facilitada por la proximidad productor-consumidor y la idea de marca que otorga su elaboración en el ámbito de un parque natural; el apoyo a la rehabilitación del hábitat tradicional con sus complejos sistemas de abastecimiento hidráulico; la protección de los bosquetes de quercíneas que van recuperando el bosque tradicional; la divulgación entre los malagueños de esta vinculación histórica; la deseable ampliación del Parque Natural, son, entre otras, las líneas de actuación que propone la Asociación de Amigos para no hacer de los Montes de Málaga un museo de sus ciclos productivos, sino un espacio vivo y vivido en el que, por fin, la relación entre la ciudad y sus Montes sea de armonía y complicidad.